Ingeborg, eras uva tu boca era ubre de estrella
dormida escribías al humo escribías dormida
tu Paul no trenzó sobre ti tu cabello-caballo
que suyo era suyo
Y tú uva tus labios licoran los vasos la negra licoras
los besos aspiras la fuga tizona laringe
es tu son
La segunda mortaja a tus ojos las rubias serpientes
estrellas pisadas cabezas
las uvas pisadas tus ojos
tu ojo pisado en la estrella
y tu blanco crespón de cigarro
que arde en la ubre
-Es un aparato singular -dijo el oficial al explorador, y
contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido. El
explorador parecía haber aceptado sólo por cortesía la invitación del comandante
para presenciar la ejecución de un soldado condenado por desobediencia e insulto
hacia sus superiores. En la colonia penitenciaria no era tampoco muy grande el
interés suscitado por esta ejecución. Por lo menos en ese pequeño valle,
profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos, sólo se encontraban,
además del oficial y el explorador, el condenado, un hombre de boca grande y
aspecto estúpido, de cabello y rostro descuidados, y un soldado que sostenía la
pesada cadena donde convergían las cadenitas que retenían al condenado por los
tobillos y las muñecas, así como por el cuello, y que estaban unidas entre sí
mediante cadenas secundarias. De todos modos, el condenado tenía un aspecto tan
caninamente sumiso, que al parecer hubieran podido permitirle correr en libertad
por los riscos circundantes, para llamarlo con un simple silbido cuando llegara
el momento de la ejecución. El explorador no se interesaba mucho por el aparato y
se paseaba detrás del condenado con visible indiferencia, mientras el oficial
daba fin a los últimos preparativos, arrastrándose de pronto bajo el aparato,
profundamente hundido en la tierra, o trepando de pronto por una escalera para
examinar las partes superiores. Fácilmente hubiera podido ocuparse de estas
labores un mecánico, pero el oficial las desempeñaba con gran celo, tal vez
porque admiraba el aparato, o tal vez porque por diversos motivos no se podía
confiar ese trabajo a otra persona. -¡Ya está todo listo! -exclamó finalmente, y descendió
de la escalera. Parecía extraordinariamente fatigado, respiraba con la boca muy
abierta, y se había metido dos finos pañuelos de mujer bajo el cuello del
uniforme. -Estos uniformes son demasiado pesados para el trópico
-comentó el explorador, en vez de hacer alguna pregunta sobre el aparato, como
hubiera deseado el oficial. -En efecto -dijo éste, y se lavó las manos sucias de
aceite y de grasa en un balde que allí había-; pero para nosotros son símbolos
de la patria; no queremos olvidarnos de nuestra patria. Y ahora fíjese en este
aparato -prosiguió inmediatamente, secándose las manos con una toalla y
mostrando aquél al mismo tiempo. Hasta ahora intervine yo, pero de aquí en
adelante el aparato funciona absolutamente solo. El explorador asintió y siguió al oficial. Éste quería
cubrir todas las contingencias, y por eso dijo: -Naturalmente, a veces hay inconvenientes; espero que
no los haya hoy, pero siempre se debe contar con esa posibilidad. El aparato
debería funcionar ininterrumpidamente durante doce horas. Pero cuando hay
entorpecimientos, son sin embargo desdeñables, y se los soluciona rápidamente.
¿No quiere sentarse? -preguntó luego, sacando una silla de mimbre entre un
montón de sillas semejantes, y ofreciéndosela al explorador; éste no podía
rechazarla. Se sentó entonces; al borde de un hoyo estaba la tierra removida,
dispuesta en forma de parapeto; del otro lado estaba el aparato. -No sé -dijo el oficial- si el comandante le ha
explicado ya el aparato. El explorador hizo un ademán incierto; el oficial no
deseaba nada mejor, porque así podía explicarle personalmente el funcionamiento.
-Este aparato -dijo, tomándose de una manivela. y
apoyándose sobre ella- es un invento de nuestro antiguo comandante. Yo asistí a
los primerísimos experimentos, y tomé parte en todos los trabajos, hasta su
terminación. Pero el mérito del descubrimiento sólo le corresponde a él. ¿No ha
oído hablar usted de nuestro antiguo comandante? ¿No? Bueno, no exagero si le
digo que casi toda la organización de la colonia penitenciaria es obra suya.
Nosotros, sus amigos, sabíamos aun antes de su muerte que la organización de la
colonia era un todo tan perfecto, que su sucesor, aunque tuviera mil nuevos
proyectos en la cabeza, por lo menos durante muchos años no podría cambiar nada.
Y nuestra profecía se cumplió; el nuevo comandante se vio obligado a admitirlo.
Lástima que usted no haya conocido nuestro antiguo comandante. Pero -el oficial
se interrumpió- estoy divagando, y aquí está el aparato. Como usted ve, consta
de tres partes. Con el correr del tiempo, se generalizó la costumbre de designar
a cada una de estas partes mediante una especie de sobrenombre popular. La
inferior se llama la Cama, la de arriba el Diseñador, y esta del medio, la
Rastra. -¿La Rastra? -preguntó el explorador. No había escuchado con mucha atención; el sol caía con
demasiada fuerza en ese valle sin sombras, apenas podía uno concentrar los
pensamientos. Por eso mismo le parecía más admirable ese oficial, que a pesar de
su chaqueta de gala, ajustada, cargada de charreteras de adornos, proseguía con
tanto entusiasmo sus explicaciones, y además, mientras hablaba, apretaba aquí y
allá algún tornillo con un destornillador. En una situación semejante a la del
explorador parecía encontrarse el soldado. Se había enrollado la cadena del
condenado en torno de las muñecas; apoyado con una mano en el fusil, cabizbajo,
no se preocupaba por nada de lo que ocurría. Esto no sorprendió al explorador,
ya que el oficial hablaba en francés, y ni el soldado ni el condenado entendían
el francés. Por eso mismo era más curioso que el condenado se esforzara por
seguir las explicaciones del oficial. Con una especie de soñolienta insistencia,
dirigía la mirada hacia donde el oficial señalaba, y cada vez que el explorador
hacia una pregunta, también él, como el oficial, lo miraba. -Sí, la Rastra -dijo el oficial-, un nombre bien
educado. Las agujas están colocadas en ellas como los dientes de una rastra, y
el conjunto funciona además como una rastra, aunque sólo en un lugar
determinado, y con mucho más arte. De todos modos, ya lo comprenderá mejor
cuando se lo explique. Aquí, sobre la Cama, se coloca al condenado. Primero le
describiré el aparato, y después lo pondré en movimiento. Así podrá entenderlo
mejor. Además, uno de los engranajes del Diseñador está muy gastado; chirría
mucho cuando funciona, y apenas se entiende lo que uno habla; por desgracia,
aquí es muy difícil conseguir piezas de repuesto. Bueno, ésta es la Cama, como
decíamos. Está totalmente cubierta con una capa de algodón en rama; pronto sabrá
usted por qué. Sobre este algodón se coloca al condenado, boca abajo,
naturalmente desnudo; aquí hay correas para sujetarle las manos, aquí para los
pies, y aquí para el cuello. Aquí, en la cabecera de la Cama (donde el
individuo, como ya le dije, es colocado primeramente boca abajo), esta pequeña
mordaza de fieltro, que puede ser fácilmente regulada de modo que entre
directamente en la boca del hombre, tiene la finalidad de impedir que grite o se
muerda la lengua. Naturalmente, el hombre no puede alejar la boca del fieltro,
porque la correa del cuello le quebraría las vértebras. -¿Esto es algodón? -preguntó el explorador, y se
agachó. -Sí, claro -dijo el oficial riendo-; tóquelo usted
mismo. Cogió la mano del explorador, y se la hizo pasar por la
Cama. -Es un algodón especialmente preparado, por eso resulta
tan irreconocible; ya le hablaré de su finalidad. El explorador comenzaba a interesarse un poco por el
aparato; protegiéndose los ojos con la mano, a causa del sol, contempló el
conjunto. Era una construcción elevada. La Cama y el Diseñador tenían igual
tamaño, y parecía dos oscuros cajones de madera. El Diseñador se elevaba unos
dos metros sobre la Cama; los dos estaban unidos entre sí, en los ángulos, por
cuatro barras de bronce, que casi resplandecían al sol. Entre los cajones,
oscilaba sobre una cinta de acero la Rastra. El oficial no había advertido la anterior indiferencia
del explorador, pero sí notó su interés naciente; por lo tanto interrumpió las
explicaciones, para que su interlocutor pudiera dedicarse sin inconvenientes al
examen de los dispositivos. El condenado imitó al explorador; como no podría
cubrirse los ojos con la mano, miraba hacia arriba, parpadeando. -Entonces, aquí se coloca al hombre -dijo al
explorador, echándose hacia atrás en su silla, y cruzando las piernas. -Sí -dijo el oficial, corriéndose la gorra un poco
hacia atrás, y pasándose la mano por el rostro acalorado-, y ahora escuche.
Tanto la Cama como el Diseñador tienen baterías eléctricas propias; la Cama la
requiere para sí, el Diseñador para la Rastra. En cuanto el hombre está bien
asegurado con las correas, la Cama es puesta en movimiento. Oscila con
vibradores diminutos y muy rápidos, tanto lateralmente como verticalmente. Usted
habrá visto aparatos similares en los hospitales; pero en nuestra Cama todos los
movimientos están exactamente calculados; en efecto, deben estar minuciosamente
sincronizados con los movimientos de la Rastra. Sin embargo, la verdadera
ejecución de la sentencia corresponde a la Rastra. -¿Cómo es la sentencia? -preguntó el explorador. -¿Tampoco sabe eso? -dijo el oficial, asombrado, y se
mordió los labios-. Perdóneme si mis explicaciones son tal vez un poco
desordenadas: le ruego realmente que me disculpe. En otros tiempos, correspondía
en realidad al comandante dar las explicaciones, pero el nuevo comandante rehúye
ese honroso deber; de todos modos, el hecho de que a una visita de semejante
importancia -y aquí el explorador trató de restar importancia al elogio, con un
ademán de las manos, pero el oficial insistió-, a una visita de semejante
importancia ni siquiera se la ponga en conocimiento del carácter de nuestras
sentencias, constituye también una insólita novedad, que... -Y con una maldición
al borde de los labios se contuvo y prosiguió- ... Yo no sabía nada, la culpa no
es mía. De todos modos, yo soy la persona más capacitada para explicar nuestros
procedimientos, ya que tengo en mi poder -y se palmeó el bolsillo superior- los
respectivos diseños preparados por la propia mano de nuestro antiguo comandante.
-¿Los diseños del comandante mismo? -preguntó el
explorador-. ¿Reunía entonces todas las cualidades? ¿Era soldado, juez,
constructor, químico y dibujante? -Efectivamente -dijo el oficial, asintiendo con una
mirada impenetrable y lejana. Luego se examinó las manos; no le parecían
suficientemente limpias para tocar los diseños; por lo tanto, se dirigió hacia
el balde y se las lavó nuevamente. Luego sacó un pequeño portafolio de cuero, y
dijo: -Nuestra sentencia no es aparentemente severa. Consiste
en escribir sobre el cuerpo del condenado, mediante la Rastra, la disposición
que él mismo ha violado. Por ejemplo, las palabras inscriptas sobre el cuerpo de
éste condenado -y el oficial señaló al individuo- serán: HONRA A TUS SUPERIORES.
El explorador miró rápidamente al hombre; en el momento
en que el oficial lo señalaba, estaba cabizbajo y parecía prestar toda la
atención de que sus oídos eran capaces, para tratar de entender algo. Pero los
movimientos de sus labios gruesos y apretados demostraban evidentemente que no
entendía nada. El explorador hubiera querido formular diversas preguntas, pero
al ver al individuo sólo inquirió: -¿Conoce él su sentencia? -No -dijo el oficial, tratando de proseguir
inmediatamente con sus explicaciones, pero el explorador lo interrumpió: -¿No conoce su sentencia? -No -repitió el oficial, callando un instante como para
permitir que el explorador ampliara su pregunta-. Sería inútil anunciársela. Ya
lo sabrá en carne propia. [...]
en el corredor de la muerte-Documental de Werner HERZOG
Menores en el corredor de la muerte-Docum. de Werner HERZOG
INFANCIA Y MUERTE
Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!
comí naranjas podridas, papeles viejos, palomares vacíos,
y encontré mi cuerpecito comido por las ratas,
en el fondo del aljibe y con las cabelleras de los locos.
Mi traje de marinero
no estaba empapado con el aceite de las ballenas,
pero tenía la eternidad vulnerable de las fotografías.
Ahogado, sí, bien ahogado. Duerme, hijito mío, duerme.
Niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa herida,
asombrado con el alba oscura del vello sobre los muslos,
agonizando con su propio hombre que masticaba tabaco en su costado
siniestro.
Oigo un río seco lleno de latas de conserva
donde cantan las alcantarillas y arrojan las camisas llenas de sangre;
un río de gatos podridos que fingen corolas y anémonas
para engañar a la luna y que se apoye dulcemente en ellos.
Aquí solo con mi ahogado.
Aquí solo con la brisa de musgos fríos y tapaderas de hojalata.
Aquí sólo veo que ya me han cerrado la puerta.
Me han cerrado la puerta y hay un grupo de muertos
que juega al tiro al blanco, y otro grupo de muertos
que busca por la cocina las cáscaras de melón,
y un solitario, azul, inexplicable muerto
que me busca por las escaleras, que mete las manos en el aljibe
mientras los astros llenan de ceniza las cerraduras de las catedrales
y las gentes se quedan de pronto con todos las trajes pequeños.
Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!,
comí limones estrujados, establos, periódicos marchitos.
Pero mi infancia era una rata que huía por un jardín oscurísimo,
una rata satisfecha mojada por el agua simple,
y que llevaba un nada de oro entre los dientes diminutos.
7 de octubre, 1929.
New York.F.G.LORCA
PEQUEÑO POEMA INFINITO
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.
Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.
Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.
Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,
pero el número dos adormece a las mujeres
y como la mujer teme la luz la luz
tiembla delante de los gallos y los gallos
sólo saben votar sobre la nieve
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios. F.G.LORCA
hoy en Siria, muertos por armas químicas
DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES
Tris
tras. Zig zag, rig rag, milg malg. La piel era tan tierna que salía íntegra.
Niños y nueces recién cuajados.
Los guerreros tenían raíces milenarias y el cielo cabelleras mecidas por el
aliento de los anfibios. Era preciso cerrar las puertas. Pepito. Manolito.
Enriquito. Eduardito. Jaimito. Emilito.
Cuando se vuelvan locas las madres querrán construir una fábrica de sombreros de
pórfido, pero no podrán nunca con esta crueldad atenuar la ternura de sus pechos
derramados.
Se arrollaban las alfombras. El aguijón de la abeja hacía posible el manejo de
la espada.
Era necesario el crujir de huesos Y el romper las presas de los ríos. Una
jofaina y basta. Pero una jofaina que no se asuste del chorro interminable, que
ha de sonar durante tres días.
Subían a las torres y descendían hasta las caracolas. Una luz de clínica venció
al fin a la luz untosa del hospital. Ya era posible operar con todas garantías.
Yodoformo y violeta, algodón y plata de otro mundo. ¡Vayan entrando! Hay
personas que se arrojan desde las torres a los patios y otras desesperadas que
se clavan tachuelas en las rodillas. La luz de la mañana era cortante y el
viento aceitoso hacía posible la herida menos esperada.
Jorgito. Alvarito. Guillermito. Leopoldito. Julito. Joseíto. Luisito. Inocentes.
El acero necesita calores para crear las nebulosas y ¡vamos a la hoja
incansable! Es mejor ser medusa y flotar, que ser niño. ¡Alegrísima degollación!
Función lógica de la sangre sin luz que sangra sus paredes. Venían por las
calles más alejadas. Cada perro llevaba un piececito en la boca. El pianista
loco recogía uñas rosadas para construir un piano sin emoción y los rebaños
balaban con los cuellos partidos.
Es necesario tener doscientos hijos y entregarlos a la degollación. Solamente de
esta manera sería posible la autonomía del lirio silvestre.
¡Venid! ¡Venid! Aquí está mi hijo tiernísimo, mi hijo de cuello fácil. En el
rellano de la escalera lo degollarás fácilmente.
Dicen que es está inventando la navaja eléctrica para reanimar la operación.
¿Os acordáis del ruiseñor con las dos patitas rotas? Estaba entre los insectos,
creadores de los estremecimientos y de las salivillas. Puntas de aguja. Y rayas
de araña sobre las constelaciones. Da verdadera risa pensar en lo fría que está
el agua. Agua fría por las arenas, cielos fríos y lomos de caimanes. Aquí en las
calles corre lo más escondido, lo más gustoso, lo que tiñe los dientes y pone
pálidas las uñas. Sangre. Con toda la fuerza de su g.
Si meditamos y somos llenos de piedad verdadera daremos la degollación como una
de las grandes obras de misericordia. Misericordia de la sangre ciega que
quiere, siguiendo la ley de su naturaleza, desembocar en el mar. No hubo
siquiera ni una voz. El jefe de los hebreos atravesó la plaza para calmar a la
multitud.
A las seis de la tarde ya no quedaban más que seis niños por degollar. Los
relojes de arena seguían sangrando, pero ya estaban secas todas las heridas.
Toda la sangre estaba ya cristalizada cuando comenzaron a surgir los faroles.
Nunca será en el mundo otra noche igual. Noche de vidrios y manecitas heladas.
Los senos se llenaban de leche inútil.
La leche maternal y la luna sostuvieron la batalla contra la sangre triunfadora.
Pero la sangre ya se había adueñado de los mármoles y allí clavaba sus últimas
raíces enloquecidas.