Andrew Tomchyshyn

foto Andrew Tomchyshyn

martes, 30 de julio de 2013

Fragm. de Billy Budd, marinero-H.MELVILLE

Fragmentos del Capítulo XXII-

En el arco iris ¿quién puede trazar la línea donde acaba el color violeta y empieza el anaranjado? Vemos con claridad la diferencia de los colores, pero ¿dónde, exactamente, se mete el primero en el otro, mezclándose con él? Así es con la cordura y la locura. En casos pronunciados, no hay duda sobre ellos. Pero en ciertos casos presuntos, muy pocos se atreverían a trazar la línea exacta de la demarcación, aunque algunos expertos profesionales lo hacen por unos honorarios. No hay nada nombrable que algunos hombre no se atrevan a hacer por su paga.[...]

[...]"Pero esos escrúpulos: ¿se mueven como en una tiniebla? Desafiadlos a que salgan adelante y se declaren. Vamos: vienen a querer decir algo como esto: Sí, prescindiendo de las circunstancias atenuantes, estamos obligados a considerar la muerte del maestro de armas como acción del prisionero, entonces ¿constituye ese hecho un delito capital, cuyo castigo es la muerte? Pero, conforme al derecho natural, ¿no hay nada que considerar sino la acción manifiesta del prisionero?  ¿Cómo podemos entregar a una muerte sumaria y vergonzosa a un semejante que es inocente ante Dios, y que percibimos que lo es? ¿Es tal como lo expreso? Ustedes indican su triste asentimiento. Bien, yo también lo percibo, en toda su fuerza. Es la Naturaleza. Pero estos distintivos que llevamos ¿manifiestan que nuestra sujección es a la Naturaleza? No, sino al Rey. Aunque sea el Océano, prístina Naturaleza inviolada, el elemento donde nos movemos y tenemos nuestra condición de marinos, ¿acaso, como oficiales del Rey, nuestra obligación se encuentra en una esfera análogamente natural? Tan escasamente cierto es eso, que al recibir nuestros cargos, dejamos de ser agentes libremente naturales, en los más importantes aspectos. Cuando se declara la guerra ¿se nos consulta previamente a los que tenemos la misión de luchar? Luchamos por orden. Si nuestros juicios aprueban la guerra,no es sino coincidencia. Y lo mismo en otros aspectos. Y ahora, pues, suponiendo que estos actos dieran lugar a una condena, ¿seríamos tanto nosotros mismos quienes condenáramos, cuanto el código militar actuando por medio de nosotros? No somos responsables de ese código y de su rigor. Nuestra responsabilidad jurada está en esto: Que, por despiadamente que actúe ese código, nosotros, sin embargo, nos adhiramos a él y lo administremos.
Pero lo excepcional de este asunto conmueve vuestros corazones. También el mío se conmueve. Sin embargo, que los corazones cálidos no traicionen a las cabezas que deberían estar frías. En tierra, en un juicio criminal, ¿se permitiría un recto juez apartarse del tribunal para ser seducido por alguna tierna familiar del acusado, que trate de conmoverle con su lacrimosa apelación? Bien, el corazón de que hablamos es lo femenino en el hombre, y es como esa mujer plañidera, y, por duro que resulte, hay que dejarlo fuera. [...]
En resumen, Billy Budd fue normalmente declarado culpable y sentenciado a ser colgado de un penol al comenzar la guardia de alba, por ser entonces de noche: de otro modo, la sentencia se habría cumplido en el acto. En tiempo de guerra, en campaña o en la flota, una pena de muerte, sentenciada por un consejo sumarísimo -en campaña, a veces decidida por un simple movimiento de cabeza del general- sigue sin tardanza a la condena sin apelación.

 CAP. XXIII

Fue el mismo capitán Vere, por su propia iniciativa, quien comunicó la decisión del tribunal al prisionero, yendo con ese fin al local donde estaba custodiado y mandando al soldado de infantería de marina que se retirara mientras tanto.
Aparte de la comunicación de la sentencia, jamás se supo qué tuvo lugar en esa entrevista. Pero conociendo los caracteres de los dos que estuvieron brevemente encerrados en aquel local, cada cual participando radicalmente de cualidades raras de nuestra naturaleza -tan raras, en efecto, como para ser casi increíbles a mentes corrientes, por muy cultivadas que estuvieran- se pueden aventurar algunas conjeturas.
Habría estado en consonancia con el espíritu del capitán Vere eque en esa ocasión no hubiera ocultado nada al condenado; que le hubiera revelado francamente la parte que él mismo había desempeñado en dar lugar a la decisión, revelándole a la vez los motivos de su actuación. Por parte de Billy, es probable que tal confesión fuera recibida con espíritu parecido al que la sugería. No sin alguna suerte de alegria, en efecto, podía haber apreciado la excelente opinión de él implicada por el hecho de que el capitán le hiciera así su confidente. Y, en cuanto a la sentencia misma, no podía haber dejado de notar que se le comunicaba como a quien no tiene miedo de morir.
Aún más pudo haber. El capitán Vere, al final, pudo haber dejado brotar la pasión que a veces se oculta bajo un exterior estoico o indiferente. Era lo bastante viejo como para haber sido el padre de Billy. El austero devoto del deber militar, dejándose volver a derretir en lo que sigue siendo prístino dentro de nuestra humanidad formalizada, quizá abrazaría al fin a Billy contra su corazón como Abraham pudo aobrazar al joven Isaac a punto de ofrecerle decididamente en obediencia al requerimiento exigente. Pero no acaba de decir a qué sacramento se atienen dos del más noble orden de la gran Naturaleza -sacramento rara vez o nunca revelado al mundo vulgar-, al hallarse en circunstanias semejantes a las que aquí se ha intentado exponer. Hay entonces un secreto, inviolable para el superviviente, y sagrado olvido, secuela de toda magnanimidad divina, que acaba por cubrirlo todo providencialmente. 
El primero en encontrar al capitán Vere al salir de ese local fue el teniente más antiguo. La cara que observó éste, expresando en aquel momento la angustia de los grandes, fue una revelación sobresaltadora para ese oficial, aunque era hombre de cincuenta años. La exclamación del condenado en la escena que pronto será necesario narrar pareció indicar que el condenado sufría menos que el principal responsable de la condena.
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de Billy Budd, marinero, Herman Melville-Salvat editores, 1971,Trad. Jose Mª Valverde





2 comentarios:

  1. El barco, la más idónea metáfora para cualquier situación humana y social, al fin y al cabo la Tierra también es una diminuta nave surcando un espacio proceloso.
    Volveré para ver la película y comentarla.

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  2. Cierto y muy cierto lo que dices Loam, Melville debió pensar lo mismo, pues Moby Dick también se desarrolla en un barco, bueno mejor quizás en el mar. En esta obra ,injustamente considerada menor, a mi juicio también es maestra, y en estos fragmentos se ve claramente ya en esa época todo el teje maneje de la máquina del poder, en ese tiempo el Rey,y cómo se doblega la voluntad y la conciencia del hombre. La película no está mal, pero como me suele pasar con las versiones del cine, la novela me gusta más.
    Salud
    k

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