Andrew Tomchyshyn

foto Andrew Tomchyshyn

viernes, 2 de agosto de 2013

Albert CAMUS-una respuesta a Gabriel Marcel, en Moral y Política


(RESPUESTA A GABRIEL MARCEL)
(Combat, diciembre de 1948).



Sólo responderá aquí a dos pasajes del artículo que usted dedicó a El estado de sitio, en Les littéraires. De ningún modo quiero contestar a las críticas que usted, u otros,le hicieron a esa pieza en tanto obra teatral. Cuando alguien se arriesga a presentar un espectáculo o a publicar un libro, se expone a ser criticado y debe aceptar la censura de su tiempo. Es preciso, entonces, callar, aunque se tenga algo que decir.
Sin embargo, usted ha rebasado sus privilegios de crítico al asombrarse de que una pieza sobre la tiranía totalitaria hubiera sido situada en España, cuando usted la vería mejor en los países del Este. Y me concede definitivamente la palabra al escribir que hay en ella falta de coraje y de honestidad. Es cierto que usted es demasiado bueno al pensar que no soy responsable de esa elección (traduzcamos: es el malvado Barrault, ya tan cubierto de crímenes). La desgracia es que el drama transcurre en España porque yo lo decidí, y decidí solo, tras reflexión, que transcurriera, en efecto, allí. Debo, entonces, hacer caer sobre mí sus acusaciones de oportunismo y deshonestidad. No se extrañará de que, en tales condiciones, me sienta obligado a responder.
Probablemente, por otra parte, no me defendería de esas acusaciones (¿ante quién justificarse esohoy?), si usted no hubiera tocado un tema tan grave como el de España. En verdad, no tengo ninguna necesidad de decir que no busqué adular a nadie al escribir El estado de sitio. Quise atacar de frente un tipo de sociedad política que se ha organizado, o se organiza, a derecha y a izquierda, sobre el modelo totalitario. Ningún espectador de buena fe puede dudar de que esta obra toma el partido del individuo, de la carne en lo que ella tiene de noble, del amor terrenal, en fin, contra las abstracciones y los terrores del Estado totalitario, ya sea ruso, alemán o español. Graves doctores meditan a diario sobre la decadencia de nuestra sociedad buscándole profundas razones. Esas razones existen, sin duda. Pero para los más simples de nosotros, el mal de la época se define por sus efectos, no por sus causas. Se llama Estado, policía o burocrático. Su proliferación en todos los países, bajo los más diversos pretextos ideológicos, la insultante seguridad que le dan los medios mecánicos y psicológicos de la represión, lo convierten en un peligro mortal para lo que hay de mejor en cada uno de nosotros. Desde este punto de vista, la sociedad política contemporánea, no importa su contenido, es despreciable. No he dicho nada más que esto, y es por ello que El estado de sitioes un acto de ruptura que no quiere perdonar nada.
Dicho esto con claridad, ¿por qué España? Debo confesarle que siento un poco de vergüenza al formular en su nombre esta pregunta. ¿Por qué Guernica, Gabriel Marcel? ¿Por qué esa cita donde por primera vez, ante un mundo todavía adormecido en su comodidad y en su miserable moral, Hitler, Mussolini y Franco mostraron a los niños lo que es la técnica totalitaria? Sí, ¿por qué esa cita que también nos concernía a nosotros? Por primera vez los hombres de mi edad vieron la injusticia triunfante en la historia. La sangre inocente corría entonces en medios de una gran charlatanería farisaica que, precisamente, aún dura. ¿Por qué España? Porque somos de los que no se lavará las manos ante esa sangre. Cualesquiera que sean las razones del anticomunismo -y conozco algunas muy buenas-jamás lo aceptaremos si se abandona a sí mismo al punto de olvidar esta injusticia que se perpetúa con la complicidad de nuestros gobernantes. Dije, tan alto como puede, lo que pensaba de los campos de concentración rusos. Pero ellos no me harán olvidar Dachau, Buchenwald y la agonía sin nombre de millones de hombres, ni la horrible represión que diezmó a la república española. Sí, a pesar de la conmiseración de nuestros grandes políticos, es todo eso, en conjunto, lo que hay que denunciar.
Y no voy a disculpar esta peste terrible en el Oeste de Europa, por que causa estragos en el Este, sobre extensiones más grandes. Usted escribe que, para quienes están bien informados, no es de España de donde llegan en estos momentos las noticias más apropiadas para desesperar a los que aprecian la dignidad humana. Está mal informado, Gabriel Marcel.
Precisamente ayer, cinco opositores políticos fueron condenados a muerte en España. Pero, cultivado el olvido, usted ya se preparaba para estar mal informado. Usted ha olvidado que en 1936, un general rebelde se sublevó, en nombre de Cristo, a un ejército de moros para arrojarlos contra el gobierno legal de la República española, hizo triunfar una causa injusta tras inexplicables matanzas y comenzó, a partir de ese momento, una atroz represión que ha durado diez años y que no ha terminado todavía. Sí, en verdad, ¿por qué España? Porque, como muchos otros, usted ha perdido la memoria.
Y además porque, igual que a un pequeño número de franceses, me sucede también que no estoy orgulloso de mi país. No sé que Francia haya entregado jamás opositores soviéticos al gobierno ruso. Eso llegará, sin duda; nuestras élites están dispuestas a todo. Pero en cuanto a España, por el contrario, ya hicimos muy bien las cosas. En virtud de la cláusula más deshonrosa del armisticio entregamos a Franco, por orden de Hitler, republicanos españoles, entre ellos al gran Luís Companys. Y Companys fue fusilado gracias a ese horrendo comercio.
Era Vichy, por supuesto, no éramos nosotros. Nosotros solamente habíamos encerrado, en 1938, al poeta Antonio Machado en un campo de concentración, del que salió para morir. Pero
cuando el Estado francés funcionaba como reclutador de los verdugos totalitarios ¿quién levantó la voz? Nadie. Es que, sin duda, Gabriel Marcel, los que hubiera podido protestar encontraron como usted que todo eso carecía de importancia al lado de lo que más detestaban en el sistema ruso. Entonces ¿no es cierto? ¡un fusilado más o menos...! Pero el rostro de un fusilado es una mala llaga y la gangrena termina que meterse en ella. La gangrena ganó.
¿Dónde están los asesinos de Companys? ¿En Moscú o en nuestro país? Hay que responder: en nuestro país. Hay que decir que nosotros fusilamos a Companys que somos responsables de lo que vino después. Hay que declarar que nos humillamos y que la única manera para nosotros de reparar lo hecho será mantener el recuerdo de una España que fue libre y que nosotros traicionamos, como pudimos, desde nuestra posición y a nuestra manera, ambas mezquinas. Es cierto que no hay ninguna potencia que no la haya traicionado, salvo Alemania e Italia que fusilaron a los españoles de frente. Pero esto no puede ser un consuelo y la España libre sigue, con su silencio, pidiéndonos una reparación. Hice lo que pude, con mis modestos medios, y es eso lo que lo escandaliza. Si hubiera tenido más talento, la reparación hubiera sido mayor, he aquí todo lo que puedo decir. Transigir habría sido cobardía y engaño. Pero no seguiré con este tema y haré callar mis sentimientos por consideración a usted. A lo sumo, podía decirle que ningún hombre sensible hubiera debido asombrarse de que teniendo que elegir hacer hablar al pueblo de la sangre y de la altivez para oponerlo a la vergüenza y a
las sombras de la dictadura, haya elegido al pueblo español. 
Realmente, no podía elegir al público internacional del Reader’s Digest o a los lectores de Samedi-Soir y France-Dimanche.
Pero, sin duda, a usted le corre prisa porque explique, sin duda, el papel que le adjudiqué a laiglesia. Sobre este punto seré breve. Usted halla que ese papel es odioso, en tanto que en mi novela no lo era. Pero debía, en mi novela hacer justicia a mis amigos cristianos que encontré, bajo la ocupación en una lucha justa. Por el contrario, en mi drama debía decir cuál fue el papel de la iglesia de España. Y si lo pinté odioso es porque a la faz del mundo, el papel de la iglesia de España fue odioso. Por Dura que esta verdad le resulte, se consolará pensando que la escena que le molesta sólo dura un minuto, en tanto que la que ofende todavía la conciencia europea dura ya diez años. Y la iglesia entera estaría mezclada en el increíble escándalo de obispos españoles bendiciendo los fusiles de la ejecución, si desde los primeros días dos grandes cristianos, Bernanos, hoy muertos, y José Bergamín, desterrado de su país, no hubieran levantado la voz. Bernanos no habría escrito lo que usted escribió sobre este asunto.
Él sabía que la frase que termina mi escena: “Cristianos de España estáis abandonados” no agravia a su creencia. Sabía que si yo decía otra cosa o si callaba, habría entonces agraviado a la verdad.
Si debiera rehacer El estado de sitio, lo situaría de nuevo en España, ésta es mi conclusión. Y a través de España, mañana como hoy, sería claro para todo el mundo que la condena que contiene apunta a todas las sociedades totalitarias. Pero al menos, no sería a costa de una complicidad vergonzosa. Es así y no de otra manera, jamás de otra manera, como podremos conservar el derecho de protestar contra el terror. Es por ello que no puedo compartir su opinión cuando dice que nuestro acuerdo es absoluto en cuanto al aspecto político. Pues usted acepta silenciar un terror para combatir mejor otro terror. Y nosotros estamos entre los que no queremos silenciar. Es esta sociedad política, en su totalidad, lo que nos repugna. Y sólo habrá salvación cuando todos los que todavía valen algo la hayan repudiado por entero, para buscar, fuera de las contradicciones insolubles, el camino de la renovación. Hasta entonces hay que luchar. Pero sabiendo que la tiranía totalitaria no se construye con los meritos de los totalitarios, sino sobre los errores de los liberales. La frase de Talleyrand es despreciable, un error no es peor que un crimen. Pero el error termina por justificar el crimen y proporcionarle su coartada. El error desespera a las víctimas y es por ello que es culpable. Es esto, precisamente, lo que no puedo perdonar a la sociedad política contemporánea: que sea una máquina para desesperar a los hombres.
Usted ha de encontrar, sin duda, que es ésta mucha pasión para un motivo tan pequeño. Pero, déjeme hablar, una vez al menos, en mi nombre. El mundo en que vivo me repugna, pero me siento solidario con los hombres que en él sufren. Hay ambiciones que no son las mías y no estaría cómodo si debiera recorrer mi camino apoyándome en los pobres privilegios que se reserva a quienes se conforman con este mundo. Pero me parece que hay otra ambición que debería ser la de todos los escritores: atestiguar y clamar, cada vez que sea posible, y en la medida de nuestro talento, a favor de quienes están sojuzgados como nosotros. Es esta ambición lo que usted cuestionó en su artículo y yo no dejaré de negarle el derecho de hacerlo hasta que el asesinato de un hombre parezca no indignarle nada más que en la medida en que ese hombre comparte sus ideas.


2 comentarios:

  1. No conocía esta carta de Camus. Valiente y contundente alegato contra la silenciosa y oportunista complicidad por parte de ciertos "intelectuales". Una oportuna invitación a la reflexión sobre el presente.

    Gracias, karmen. Salud!

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  2. Así es Loam, él era un auténtico intelectual, porque escuchaba por encima de todo a su conciencia, por encima de patrias y demás. Ya iré poniendo más cosas de él. De todas formas en la red hay bastante material.
    Santé
    k

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